No tengo remedio posible. Todo el día perdido. De la paja a la comida, de la comida a la paja. Y otra vez. Y luego un sueñecillo-cuelgue (en el que por cierto se oían los pajaritos y el canto de las chicharras como si fuese una alucinación fantástica y supersónica). Yo no sé ni lo que quiero, ni lo que quería, ni lo que querría, ni
para qué seguir. Escribiendo tonterías, sí, al menos me comunico con mi ordenador. ¿Y tu qué piensas querido? ¿te parezco un putón verbenero depravado por las pajas y por su incapacidad vital para salir a la calle y agarrar la polla al primero que encuentre? –nótese aquí la influencia del maldito Bukowski, que últimamente se ha infiltrado profundamente en mi estilística- ¿o quizás, se me podría más bien clasificar como una desvalida mujer que adolece de exceso de sensibilidad primaveral?
Y eso que esta mañana creía haber vivido plenamente una experiencia de sentido: encargada de alimentar a los gatos del barrio, al llevarles y servirles la comida, y verles tan agradecidos y ronroneantes, me he sentido quizás por primera vez, verdaderamente útil a la sociedad. También el paseo matutino, con un hermoso clima primaveral con brisa fresca y cielo con nubecillas, me había insuflado un chorro de poesía vulgar pero cierta.
Bah, si da igual. Hoy tiro el día, incluso lo disfruto –a pesar de mi lánguida melancolía. Es una forma cualquiera de darse unas vacaciones. Unos se van al campo, otros al bar, otros bailan. Yo me dedico a mirarme el ombligo y es bastante relajante, también. Además sale muy barato.
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