Ya superados los escándalos un poco infantiloides pero necesarios en un momento determinado de carácter dadaísta-underground sobre la paja, se impone un estudio objetivo, una elucubración calmada y una poética del asunto. La paja, no como provocación, sino como concepto, como rito, como experimento artístico-vital, como comunión con uno mismo, como adulteración del otro, como profusión expresiva del aislamiento de la cultura sexual personal.
Quizás escriba un Tratado de la paja, subtitulado Su esencia, su mecanismo, su función social. En él se abordaría el tema como una realidad abierta a la transformación y al pensamiento filosófico, superando el sempiterno enfoque biológico y sexológico. Primero se abusó de la biología y la función reproductora; después de la sexología pura, con el fin de alimentar la inútil profesión de los sexólogos. Hoy hay que seguir quemando etapas. Hay que contemplar su incorporación a la lógica y a los sistemas de inteligencia artificial. Al fin y al cabo, qué es lo que diferencia realmente al ordenador del individuo moderno sino la incapacidad del primero para vivir su propia sexualidad. Hay que conseguir que la revolución sexual se traslade a los ordenadores, sin descartar las funciones autorreproductoras del software, y no solo de tipo hermafrodita.
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