SIPNOSIS BIOGRÁFICA (1) DE SARA-CLARABELLA MAX, por Felipe Mistolio


Clara-Sarabella Beautifreigel Schindfield nació en 1968 en la hermosa villa de Frühlisgstadt, hija de una familia de pequeños comerciantes cuyos antecedentes se remontan al pequeño mundo de los hermanos Grimm. Su padre, el Dr. Maese Johann-Johannes Beautifreigel, era diseñador de suelas de zapato industrial y proporcionó a Clara-Sarabella una esmerada educación técnica en esta profesión. Pero fue de su madre, Clara-Sofia Schindfield, de quien Clara-Sarabella heredó... (ver más en SIPNOSIS (1) BIOGRÁFICA DE SARA-CLARABELLA MAX, por Felipe Mistolio (2))

27-2-98 (O del Amor y la rutina cotidiana)

 A las 9.00 ha sonado el despertador. Lo he apagado sobresaltada, pues estaba soñando. No logro recordar el sueño, pero he despertado con una sensación muy desagradable y destrozada por el recuerdo de P. Su ausencia es como un vacío. Me he hecho una paja –sólo clitoriana, pues todavía estaba amodorrada- pensando en que lo que siento por él es algo más que atracción sexual.

  Después volví a dormirme, y ello me ha dejado un gran complejo de culpabilidad, pues había decidido que hoy iba a ser un día de puesta en marcha, cabal, y que iba a superar positivamente mi amor por él. Por lo tanto me he levantado a las 11.30, afortunadamente sin malos sueños y visiblemente más relajada.


13.00: Cuando estaba leyendo, de pronto, tuve que parar y mirar por la ventana. No podía dejar de pensar en él. Como no sabía en qué pensar –no le conozco mucho- intenté recordar todas las veces que le había visto y lo que había pasado. En total dos veces y no había pasado nada, por lo que he intentado recordar las situaciones y los detalles. Luego intenté reconstruir sus miradas; luego lo que yo había sentido. Después, ya no sabía qué recordar, y me resultó tedioso volver a empezar de nuevo. Entonces me metí en la ducha y canté “If I fall in love...”. Me sigue doliendo el pie, y la ducha sigue estropeada.

Tras la ducha he tratado volver al – o más bien comenzar - al trabajo, pero ha resultado imposible porque en ese mismo momento me he acordado repentinamente del gesto que hizo el segundo día de conocerle cuando dijo “eso , eso”, mirándome fijamente después. Me volví a hacer unas pajas antes de vestirme, hasta que ya me empezaron a doler los ovarios y tuve que dejarlo. Tenía el dedo arrugadísimo, y tuve que darme un poco de crema hidratante. En realidad después de esta paliza decidí no estudiar ese día y ponerme a ver la tele. No me apetecía ver ninguna película, por lo que me tragué anuncios durante toda la tarde, entre los cuales me causó una tremenda impresión el de crema antiarrugas Proxes con Microenedinianas Liposomáticas (o PML). La expresión de la chica del anuncio, de unos trece años de edad, adolecía de una alienante morbidad costosa, si es que eso significa algo.

Mientras seguía viendo anuncios tuve un pensamiento preocupante. En la cuarta paja tuve que cambiar de imagen y excitarme pensando en un antiguo compañero de trabajo deleznable. Esto me preocupa, pues hace que hasta a un nivel tan elemental aflore la infidelidad consustancial e inevitable del ser humano.


20.00 : profunda depresión. Me hago otra paja, pero a mi pesar. Nada me satisface, lo único que quiero es verle, y ya ni siquiera. Miro el teléfono y pienso que no me llama nadie. Me hundo más y más en la depresión. Veo “lo que necesitas es amor”, y me tambaleo entre el asco al reality show y la emoción marujil. (Mientras mentalmente despreciaba el repugnante programa descubrí que en mi boca había una sonrisita mimética con la expresión de la presentadora). Llego a la conclusión de que quizás soy un ser de la misma calaña que la muchacha que sale llorando de alegría porque el chico que le gusta le ha regalado una invitación para Jesucristo Superstar.

21.15: cinco llamadas de teléfono en 10 minutos. Él no ha llamado (bien es verdad que no tiene mi teléfono). Estoy harta de que me den la vara, no me apetece hablar con nadie. Vuelve a sonar el teléfono y no lo cojo. Después, terrible tormento, pues pienso: quizás era él. Al rato me cabreo y me pregunto porqué no me llama. Quizás no me ame. Decido pasar la noche en el salón viendo las películas en V.O. de “la 2” (con el fin de que al menos oyendo idiomas toda la noche mientras duermo el día resulte algo productivo gracias al método que llaman no sé cómo de asimilación inconsciente y auditiva).

1.30 madrugada: me desvelo la inactividad del día me provoca insomnio, o quizás el avasallamiento de frases en polaco al que me he visto sometida. Incapaz de tener un solo orgasmo más por hoy, no tengo recursos para dormir. Me pongo los cascos y oigo música escucho Momente de Stockhausen y antes de que termine me levanto a tomarme una infusión de tila. Mientras leo un poco a Kant. Esto me tranquiliza, sobre todo el concepto imperativo moral. Vuelvo a la cama e intento dormir, pero me viene un impulso creativo. Me levanto intento escribir algo pero no me sale, porque se me entrecruza el pensamiento de lo desgraciada que soy y de que nadie me quiere. Por eso termino cogiendo el diario. Pero ahora no le encuentro más sentido a escribir. Se me cierran los ojos. Mañana será otro día.


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A la mañana siguiente:

  Esperanzada en la catarsis escribo sobre el amor. Y no sé qué escribir. Y de catarsis nada.

Decido abandonar este diario, y dedicarlo de nuevo a ensayos literarios breves.


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Al día siguiente:

  Ya se me ha pasado el enamoramiento. Ahora las pajas vuelven a ser más aburridas, pero más disciplinadas. Se limitan a la función catártica que no logro pasar a la literatura.

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